Archivo mensual: abril 2010

Solicitada Noble Herrera


Galasso vs. Feinmann

Ir a la página principal
Contratapa|Domingo, 18 de abril de 2010

Cómo se conquistó el pacto neocolonial

Por José Pablo Feinmann
/fotos/20100418/notas/na40fo01.jpg

Alguien tan inteligente como el marxista peruano José Carlos Mariátegui –un marxista como no hemos tenido ni uno aquí salvo Milcíades Peña, pero mucho después– jamás consideró que humillaba a su patria (Perú) ni a la entera América latina por considerar que: “Enfocada sobre el plano de la historia mundial, la independencia sudamericana se presenta decidida por las necesidades del desarrollo de la civilización occidental o, mejor dicho, capitalista” (José Carlos Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Ediciones El Andariego, Buenos Aires, 2005, p. 16). Y añade: “Mr. Canning, traductor y ejecutor fiel del interés de Inglaterra, consagraba (…) el derecho de estos pueblos a separarse de España y, anexamente, a organizarse republicana y democráticamente. A Mr. Canning, de otro lado, se habían adelantado prácticamente los banqueros de Londres que, con sus préstamos –no por usurarios menos oportunos y eficaces–, habían financiado la fundación de las nuevas repúblicas” (Ibid., p. 17). Pero hay quienes afirman que la Revolución de Mayo (a diferencia de las otras de América) tomó el espíritu de las Juntas populares españoles que luchaban contra la España absolutista, hasta 1810. Luego los ejércitos de Bonaparte las borraron del mapa. Pero la Junta de Buenos Aires sería hija de ese espíritu que encarnaron las Juntas Populares. Incluso se llega a afirmar que Cornelio Saavedra (que es el villano de nuestra revolución) no se proponía, como Moreno y sus compañeros: que eran básicamente dos, Castelli y Belgrano, cambiar el orden social establecido, sino cambiar simplemente de virrey. Corrijamos esto: no se puede comparar a las Juntas Populares de la España rebelde, popular y antibonapartista con la mera, individual, Junta de Mayo, que proponía un Ejecutivo mínimo y quedó descalabrada no bien ese Ejecutivo se amplió. Por otra parte, la Junta de Mayo nunca fue popular ni tenía cómo serlo. Moreno, que deseaba ser Robespierre, carecía de una burguesía revolucionaria. Tenía a unos tenderos, a unos mercaderes del puerto que deseaban importar mercancías del exterior e introducirlas en el país. Y a unos terratenientes que buscaban mercados externos donde vender su trigo y sus vacas. De aquí que estuvieran en contra de España. Sólo porque no querían esclavizarse a un mercado único, sino vender a otros. Sobre todo al resto de Europa, que era, para ellos, la verdadera Europa. San Martín llega al país en una nave que lleva por nombre George Canning. Los brillantes intelectuales de la generación del ’37 proponen cambiar el español por el francés. Sarmiento en Recuerdos de provincia, escribe que 500 años de dominio “terrífico” de la Inquisición se teme que hayan achicado el cerebro español. En sus Viajes: “He estado en Europa y España”. Todo está claro: las revoluciones de América del Sur tuvieron como objeto salir del dominio español (algo que lograron con batallas tan heroicas como las de Maipú y Ayacucho) y tener la libertad de formar parte del desarrollo del occidente capitalista. Cito (para que no se enojen sólo conmigo los que imaginan a un Moreno y a un Castelli prefigurando a un Ernesto Guevara) a Milcíades Peña: “La llamada ‘revolución’ tuvo un carácter esencialmente político. Lo que Mariátegui observó en Perú vale para toda América latina: La revolución no representó el advenimiento de una nueva clase dirigente, no correspondió a una transformación de la estructura económica y social” (Milcíades Peña, Antes de Mayo, Ediciones Fichas, 1970, p. 76). Alberdi, José Luis Busaniche, el entrañable y riguroso Salvador Ferla, el biógrafo de Moreno Boleslao Lewin y muchos otros.

Pero deseo agregar un par de elementos fundamentales. Dejo de lado los pasajes del Plan de Operaciones en que Moreno sugiere entregar la isla de Martín García a Inglaterra para que nos proteja o sus exultaciones sanguinarias (típicamente jacobinas) o sus elogios a la delación. Vamos a otra cosa. Moreno no tenía lo que tuvo Robespierre: una burguesía revolucionaria. Por consiguiente, todas sus brillantes ideas revolucionarias (la expropiación de las grandes fortunas, por citar una) giraban en el vacío. Tampoco era heredero de las Juntas españolas porque su Junta era una y no tenía arraigo popular. Esta figura que dibuja Moreno (la del ideólogo revolucionario sin clase social que en que apoyarse) será también la de Lenin: el revolucionario socialista sin proletariado urbano. Lenin tenía un problema muy simple: si quería hacer la revolución siguiendo las indicaciones de El Capital tenía que esperar 50 años. Que la burguesía se desarrollara y diera origen al proletariado revolucionario. Jamás. Ideó la teoría de la vanguardia. Una élite de intelectuales (que conocían las leyes del desarrollo histórico) formarían un partido de vanguardia y entregarían al proletariado la “ideología revolucionaria” evitando así el pasaje por la etapa capitalista. Esa sería la “dictadura del proletariado”, pero dirigida por una vanguardia que ejercería una tutela ideológica sobre ese proletariado modelando su conciencia revolucionaria y ahorrándole el pasaje por el infierno de la etapa capitalista. Todo esto tenía que terminar mal. El Partido de Vanguardia se convierte en Partido de la Burocracia. La teoría revolucionaria en dogma. El Partido elige a un líder. El líder se transforma en dictador y da inicio a la etapa del culto a la personalidad. Lenin no vio esto porque se había muerto, pero el diagrama le pertenece. Moreno razonaba de un modo similar. No tenemos una clase social que nos apoye. No importa: la vanguardia hará la revolución. Escribe en el Plan de Operaciones: “Los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice” (La cita está en Filosofía y Nación, difícil de conseguir en estos momentos pero en breve saldrá una edición nueva). Esta frase la ha dicho el numen, la deidad inaugural del periodismo argentino. Hoy, más que nunca, nuestro periodismo cree en ella y trata de ejercerla. (Cada vez, creo, con menos eficacia: las reiteraciones terminan por volverse cruelmente en contra de los reiteradores ante el aburrimiento de los que las reciben pasivamente hasta que advierten que si “mil repeticiones hacen una verdad”, como decía Goebbels, dos mil despiertan la sospecha del engaño.) Pero la ausencia de masas en su proyecto, la ausencia de una clase social poderosa que lo apoye determina su derrota. Cuando escribí el capítulo sobre La Razón Iluminista y la Revolución de Mayo en Filosofía y Nación corría el año 1975. Día a día, en medio de un reflujo de masas más que evidente, la Orga de los Montoneros se había trenzado en una lucha a muerte con las bandas de la Triple A. Fue escrito contra la práctica vanguardista y fierrera de los montos. Ese fue el disparador. Me apoyé centralmente en Ferla, pero esperaba –si en algún momento retornaba la posibilidad de discutir estos temas– exhibirle al vanguardismo montonero sus similitudes con la soberbia morenista. Me dediqué entonces a garabatear algunas consignas morenistas inspiradas en las de la Orga de Firmenich y los suyos. Algunas –además de divertidas– son seriamente conceptuales: Que se sepa/ Que se sepa/ Castelli se curó/ pa’ decirle a los gorilas/ la puta que los parió. O también: ¡Guillotina! ¡Guillotina!/ Para los hijos de puta/ que vendieron la Argentina. O si no: Con Moreno en el alma/ Castelli en el corazón/ Haremos de l’Argentina/ La gran patria jacobina. O por qué no: Si Moreno viviera/ Sería conducción/ Sería lucha armada/ Para la liberación. Aunque: ¿le cedería Firmenich la conducción a Moreno? Una más: Mayo argentino/ Mayo morenero/ Mayo argentino/ Mayo montonero. Otra: Liniers, Liniers/ Gallego y franchute/ Te quisiste rebelar/ Moreno y Castelli/ Te hicieron recagar. Y la última: Si Evita viviera/ sería morenera.

En suma, las “revoluciones” de América latina lo fueron –por completo– respecto de España. Había que expulsar a los godos de un continente que deseaba entrar en la modernidad capitalista. Desde esta perspectiva, la lucha fue a muerte y fue triunfal: el poder español se retiró. Fue derrotado –por el glorioso general Sucre en 1824 en la batalla de Ayacucho– el poder colonial al que estábamos sometidos. Se inicia, a partir de ahí, el pacto neocolonial. América latina se transforma en un continente de monocultivo para cubrir a bajos precios las necesidades de las industrias británicas. Inglaterra, taller del mundo, nos dará todas las mercancías que necesitemos. Pero esa es otra historia. Y no disminuye la grandeza de San Martín, que acaso vino al Plata en la corbeta George Canning para llevar a cabo esa y sólo esa tarea: echar a los godos, derrotar el atraso, abrir las puertas de la modernidad occidental. Acaso en Guayaquil –si Bolívar le confío sus sueños sobre la gran nación bolivariana– le dijo no, lo que yo vine a hacer a este continente ya está hecho. Y se fue. El resto es otra historia. La de la Revolución de Mayo es la que acabamos de narrar.

 
—————————————————————————————————————————————
 
25 de mayo de 1810

Galasso vs. Feinmann

09-05-2010 /  El historiador le responde al filósofo por un artículo publicado en Página 12.
 

09-05-10 /  El historiador le responde al filósofo por un artículo publicado en Página 12.

Por Norberto Galasso
Historiador

El artículo se titula Cómo se conquistó el pacto neocolonial (18/04/2010, Página 12) y sorprende que José Pablo Feinmann no mencione a Bartolomé Mitre (trazado de ferrocarriles ingleses en abanico hacia el puerto, empréstitos e instalación de bancos ingleses) y en cambio, le adjudique ese protagonismo antinacional a la Revolución de Mayo, a Mariano Moreno y al General San Martín. Por eso, paso a reseñar lo fundamental del artículo donde encuentro graves errores.

Feinmann reproduce una cita de Mariátegui fundando así su tesis descalificatoria de la Revolución de Mayo: “Los ingleses habían financiado la fundación de las nuevas repúblicas”. Pero esa cita es aplicable a 1824 y no a 1810. Proviene del libro El congreso de Verona, del vizconde de Chateaubriand, quien sostiene: “De 1822 a 1826, diez empréstitos han sido hechos en Inglaterra en nombre de las colonias españolas”. Chateaubriand explica el objetivo colonialista de esos 10 empréstitos, por un total de 20.078.000 de libras y después de demostrar que fueron una estafa –Inglaterra quedó como acreedora por 35.745.000 libras– concluye: “Las colonias españolas se volvieron una especie de colonia inglesa”. Esto se produce entre 1822 y 1826 y se corresponde con la política de la burguesía comercial portuaria expresada por Rivadavia en el período que Vicente López y Planes llama “de la contrarrevolución”, respecto al período de Mayo (1810-1821) que fue, según señala, el de “la revolución”, cuando se hablaba “de patriotismo” mientras que en la época rivadaviana “se proclamó el principio de habilidad o riqueza” (Carta a San Martín del 4/1/1830). Con esos empréstitos quedaron encadenados al Imperio varios países latinoamericanos –fue el inicio, con Baring Brothers, de nuestra deuda externa– y no existe relación alguna con la Revolución de Mayo. Scalabrini Ortiz enseñó, en Las dos rutas de Mayo, que la de Moreno (nacional y revolucionaria) era antagónica a la de Rivadavia (colonialista). Puede sostenerse que en 1824 nace ese pacto semicolonial que consolida luego Mitre a partir de 1862.
Como al pasar, Feinmann sostiene que “hay quienes afirman que la revolución de Mayo, a diferencia de la otras de América, tomó el espíritu de las Juntas españolas que luchaban contra la España absolutista” y agrega: “Corrijamos esto: no se puede comparar a las Juntas Populares de la España rebelde, popular y antibonapartista con la mera individual Junta de Mayo […], junta de mayo que nunca fue popular ni tenía cómo serlo”. En primer término, no hay diferencia entre la revolución de Mayo y “las otras de América”, pues en todos los movimientos entre 1809 y 1810, se forman Juntas Populares, como en España, para desplazar a los virreyes, y en todas ellas se jura por Fernando VII, lo que prueba que no tenían inicialmente un propósito separatista y que al igual que las juntas españolas, confiaban en Fernando VII como el posible modernizador de España. Esa revolución española declara que las tierras de América no son colonias, sino provincias, y propicia la formación de Juntas, cuyo contenido inicial es democrático, no independentista y se tornan separatistas a partir de 1814 cuando la revolución española es derrotada por el absolutismo (hasta 1814 flameó la bandera española en el Fuerte de Buenos Aires). En segundo lugar, es correcto que nos faltó una burguesía nacional unificadora, capaz de consolidar la revolución hispanoamericana. Ni Moreno ni Bolívar ni San Martín tuvieron burguesía nacional en que apoyarse o cuando la había, era muy débil y estaba mentalmente colonizada, como le ocurrió después a Perón en la Argentina. Pero también faltó –o fue muy débil– la española, y por eso volvió el absolutismo a España en 1814. Sin embargo, Moreno sostenía la necesidad del rol del Estado que podría reemplazarla como se ha planteado un siglo y medio más tarde en varios países del tercer mundo (por eso, Moreno, al igual que San Martín, gesta fábricas estatales de armas y de pólvora).

Otro error consiste en afirmar que “la Junta de Mayo nunca fue popular ni tenía como serlo […] que sus compañeros (los de Moreno) eran básicamente dos”. Por el contrario, eran sectores populares dirigidos por los chisperos o manolos de la Revolución como French, Beruti, Donado, Arzac, Orma, Dupuy, Cardozo, Planes y muchos otros que movieron mil personas en la plaza (el 2% al 2,5% de Buenos Aires; en valores actuales sería una concentración de 80.000 a 100.000 personas). Los enemigos del pueblo tenían en claro lo que era el morenismo: Arroyo y Pinedo lo aborrecía porque “Moreno sostiene que ya todos somos iguales, máxima que así vertida en la generalidad ha causado tantos males” y agregaba: “En estas circunstancias en que el susodicho Moreno se había arrastrado a la multitud”.

El morenismo se continúa después de 1810 con Monteagudo y San Martín. Son los continuadores de Moreno, después de su muerte y tanto es así que la Asamblea del año XIII adopta importantísimas medidas democráticas y antiabsolutistas, iguales a las que aplica San Martín cuando es Protector del Perú: principios fundamentales como la destrucción de los instrumentos de tortura, la abolición de títulos y escudos nobiliarios, la abolición de los tributos que pesaban sobre los indios y la libertad de vientres, entre otras. La confrontación de clases y de proyectos es evidente en esa época. Que la izquierda abstracta pregone que son luchas interburguesas pues ninguno aspiraba al socialismo y, por tanto, despreciables, resulta coherente con su desvinculación con la clase obrera real, pero que lo haga un filósofo de la talla de Feinmann, es lamentable y peligroso.

Asimismo, sorprende que Feinmann no acuse a Mitre del pacto semicolonial y en cambio defenestre a Moreno y, al mismo tiempo, descalifique a Lenin y niegue el protagonismo popular –justamente cuando se multiplican hoy las concentraciones populares– para luego caer en la versión de Sejean de que San Martín fue sobornado en Londres en 1811, y no le interesaba la unión latinoamericana –justamente hoy cuando avanzamos hacia ella con la Unasur y otras expresiones de la Patria Grande–.

Advierto en el artículo de Feinmann algunos otros errores. Por ejemplo, sostener que los terratenientes deseaban exportar trigo en 1810, cuando ello sólo empezó a manifestarse siete décadas después, desacierto que proviene seguramente de las urgencias periodísticas. Pero no puedo dejar de criticar el final donde afirma: “Acaso en Guayaquil –si Bolívar le confió sus sueños sobre la gran nación bolivariana– le dijo no, lo que yo vine a hacer a este continente ya está hecho. Y se fue”. Con esta suposición sugiere (previamente señala dos veces que vino en una fragata inglesa) que San Martín, al igual que los revolucionarios de Mayo, es también responsable del pacto semicolonial, dando aliento así a la tesis de Sejean de que San Martín era un agente inglés. En este aspecto existen proclamas, cartas y en especial el tratado “Pacto de unión, liga y confederación perpetua”, firmado el 6/7/1822, entre Monteagudo, en representación de San Martín, y Mosquera, en representación de Bolívar, por una “asociación para formar una nación de repúblicas”. Este tratado aparece en los textos como entre Perú y Colombia, pero Perú incluía el territorio que luego fue Bolivia y tenía el apoyo de Chile (O’Higgins) y Colombia se integraba con Venezuela, Ecuador, Colombia y Panamá, que formaba parte de esta última, y en él se comprometen los firmantes a “interponer buenos oficios con los gobiernos de los demás estados de la América antes española para entrar en este pacto”. Por supuesto, el probritánico Rivadavia no apoya esta política.

Url: http://www.elargentino.com/Content.aspx?Id=90064

 
—————————————————————————————————————————————
 
 

Mayo de 1810: dos respuestas a J. P. Feinmann

El cientifico Israel Lotersztain y el periodista Norberto Colominas responden una nota de Juan Pablo Feinmann acerca de Mayo de 1810, publicada en contratapa de Página/12 el 18 de abril pasado. Se extiende, pero vale la pena.

Respuesta de Israel Lotersztain

Master en Historia de la Universidad Torcuato Di Tella / Ex Profesor de Física de la UBA, de la Universidad de Birmingham) / Ex Director de Investigaciones del INTI).

Feinmann: ¿Errores elementales para ver la historia o manipulación interpretativa?

El 18 de abril pasado, el filósofo, ensayista, guionista y conductor de televisión José Pablo Feinmann publicó en su habitual contratapa dominical de Página 12 un artículo titulado Cómo se conquistó el pacto neocolonial.

Resulta interesante comprobar cuántos errores casi elementales de información histórica básica comete Feinmann sobre historia argentina en la citada nota.

Para un intelectual que se precia de tal, resulta llamativo su nivel de improvisación y su desconocimiento, a menos que no se trate de ignorancia sino de intencionada manipulación interpretativa.

Veamos:

a) El centro de su interpretación sobre Mayo de 1810 es este: el reemplazo de una colonia, la española, por una nueva colonia: la dependiente de Inglaterra. Es que, según Feinmann, los terratenientes locales, los grandes poseedores de la riqueza, estaban ansiosos de exportar sus productos: trigo y carne, a todo el mundo, especialmente Inglaterra, y no vender (o comprar) al monopolio que imponía la corona española.

b) Claro que los hechos históricos se oponen tozudamente a esta interpretación. Los terratenientes argentinos en 1810 no exportaban "trigo y carne" como Feinmann indica. Trigo se importó hasta 1860, y se comenzó a exportar en serio recién en 1899, con la "revolución cerealera" que cambió la Argentina. Feinmann le erra por casi cien años, pequeño detalle.

b) Menos aún se exportaba carne, salvo a partir de 1830 una cantidad ínfima, por sumas insignificantes, en tasajo (carne seca y salada) para esclavos de Brasil. Para vender carne al exterior fue necesario transformar el ganado de criollo a las razas inglesas, esperar que aparecieran los barcos frigoríficos, implantar las pasturas como alimento… Otros cien años mal calculados por Feinmann.

c) Lo interesante para analizar desde un punto de vista económico a Mayo de 1810 es recordar que el Virreinato casi no exportaba nada, sino que vivía fiscal y comercialmente de la plata proveniente del Alto Perú, que representaba el 90% del presupuesto y del movimiento económico de Buenos Aires. Y con esa zona (lo que hoy es Bolivia) se comerciaba desde aquí, y era precisamente la fuente casi exclusiva de su provisión de metálico. Debido a esta dependencia, en 1810 la Junta de Mayo envía casi de inmediato una expedición al Norte para asegurar su integración y soporte del nuevo gobierno, expedición mal preparada y peor dirigida estratégicamente. Digamos que desde un comienzo sus chances eran reducidas ya que las elites locales no tenían el menor interés de seguir financiando a Buenos Aires; lo hacían antes por imposición de la Corona, pero si ésta había desaparecido para qué seguir pagando… Además Castelli y Monteagudo con sus concepciones anticlericales no ayudaron precisamente a que Buenos Aires les cayera simpática. Belgrano lo advirtió y quiso remediarlo pero ya era tarde, y por otra parte el aspecto militar no era justamente su fuerte.

d) Los comerciantes porteños estaban por entonces divididos: los que habían lucrado con el monopolio querían seguir igual, y los apoyados por los ingleses querían comprarles a éstos y vender en el interior y en el Alto Perú. La "burguesía nacional" – una designación demasiado ridícula para 1810- quería hacer, como siempre, el negocio que pudiera, en una ciudad (insistamos en la idea) de casi absoluta miseria como era esta. Pero cuando se les cerró el Alto Perú se vieron en problemas: ya no tenían la plata boliviana indispensable para comerciar con los ingleses. Se había acabado el negocio que conocían. Y empezaron con desesperación a buscar otro.


e) Y es por ello que alrededor de 1825 aparece el negocio, muy primitivo, de comprar tierras, implantar en ellas vacas y obtener de las mismas cueros (y muy poco de tasajo y sebo) para exportar. Allí aparecen los terratenientes, pero las dificultades que enfrentaban eran grandes. El rinde era paupérrimo: una vaca cada 25 ó 30 hectáreas, lo que implicaba un animal para faenar cada cien o más hectáreas. Y para producir era necesario juntarlas del campo abierto, carnearlas, sacarles el cuero, secarlo al sol, subirlo a una carreta, llevarlo a Ensenada, poner todo en un bote para llegar hasta un barco inglés, de allí a vela hasta Londres… Todo esto en medio de una dramática carencia de mano de obra. Por eso, el rinde económico era insignificante. Y por eso la tierra valía tan poco. En un testamento de 1874 (datos que los historiadores consultamos mucho ya que permite, al ver como se repartían los bienes, una excelente idea de precios relativos) una casa de inquilinato en Buenos Aires de unas 15 habitaciones equivale a cuatro ó 5000 hectáreas en lo que hoy sería la zona núcleo maicera. Y eso que en ese momento las ovejas -y de ellas la lana sucia- habían posibilitado un negocio un poco mejor desde el punto de vista de la rentabilidad.

La descripción del "pacto neocolonial" que Feinmann esgrime se complementa con la idea de que los banqueros ingleses nos prestarían a tasas usurarias y sobre todo que la oligarquía local impediría cualquier desarrollo industrial autónomo para seguir comprando a los británicos. Que nada de esto último realmente ocurrió -sino todo lo contrario- puede comprobarse simplemente leyendo los editoriales del Siglo XIX de La Prensa y La Nación y hasta de los Anales de la Sociedad Rural para darse cuenta: eran fanáticamente partidarios de la implantación de industrias. Resultaba obvio, entre otras razones, que querían también clientes locales para los alimentos que producían, y entendían que ese desarrollo industrial los posibilitaría.

Y la mejor evidencia de su apoyo la constituye el hecho de que los aranceles de importación que lograba cualquier industria que se establecía localmente para protegerse de una competencia externa eran altísimos, como lo denunciaba furiosamente tan solo… la izquierda marxista de entonces, ya que esos aranceles de importación y precios más elevados los pagaban desproporcionadamente a sus ingresos los más pobres. En cuanto a los banqueros y su usura el default argentino de 1890, el más grande de la historia financiera mundial hasta ese momento y que se mantuvo por más de16 años y resuelto en quitas tremendas para los acreedores, demuestra que la desconfianza de estos hacia los tomadores de crédito locales y las consiguientes altas tasas que les pedían no carecía de alguna justificación…

Respuesta de Norberto Colominas

Periodista

¿Revolución o chirinada?

Al leer la nota de JPF publicada en la contratapa de Página 12 el domingo 18/4, un lector desprevenido puedo llegar a la conclusión de que en mayo de 1810 no pasó nada, o mejor dicho, no pasó nada de lo que todos los historiadores, aún con sus diferencias, dicen que pasó.

Con un sorprendente malabar histórico, el autor nos induce a pensar que un grupo de individuos iluminados (vanguardistas sin clase social detrás de ellos, como Lenin… ¿y por qué no como Firmenich?) dio un golpe de estado en la paupérrima aldea que era entonces Buenos Aires, derrocó al virrey y liberó el comercio con Inglaterra. Punto. Ninguna referencia a las profundas diferencias ideológicas, culturales y políticas que existían entre el poder criollo emergente y la corona española. Y, menos aún, ni un solo párrafo referido al proyecto revolucionario expuesto por Mariano Moreno en el Plan de Operaciones, esa viga maestra de la revolución. En suma, en 1810 hubo un solo cambio: se pasó del colonialismo con España al neocolonialismo con Gran Bretaña, para beneficio de los comerciantes locales. Todo lo demás pertenece al Billiken de izquierda.

En el proyecto que llevaron adelante desde Moreno a Rosas, pasando por Belgrano, Castelli, San Martín, Güemes, Artigas, Guido, Manuel Moreno, Dorrego y Pueyrredón, entre tantos otros, la Revolución de Mayo impulsó la creación de un gran estado latinoamericano desde México hasta Tierra del Fuego, basado en los mil años del incario (de allí la propuesta de un rey de ese origen hecha por Belgrano) y en las tradiciones de mayas y aztecas, más el aporte de indios, negros y gauchos, minorías a las que el movimiento criollo reivindicó expresamente. Los patriotas de mayo superaron con holgura las miras de dos grandes revoluciones precedentes, la norteamericana de 1777 y la francesa de 1789, que sólo incluyeron a propietarios (la segunda) y excluyeron a los indios (la primera) y a los negros (ambas). La Revolución de Mayo fue el más profundo y esperanzador de todos los procesos políticos que tuvieron lugar en la América española, más que las revoluciones mexicana, cubana y nicaragüense, más que el intento socialista de Salvador Allende, y más que el peronismo, el varguismo y el aprismo, no obstante el respeto que esos movimientos merecen. Decir que una revolución de alcance continental –que incluyó líderes extraordinarios en cada país del área– fue solamente un cambio de reglas comerciales es, por lo menos, un tropezón intelectual.

Porque puestos a cuestionar la representatividad de los movimientos revolucionarios de cualquier época, ninguno quedaría en pie. ¿A quiénes representaban Rómulo y Remo, fundadores simbólicos de un imperio que duró 700 años? ¿Y a quien Espartaco, que promovió el primer alboroto al mando de 20 gladiadores? ¿A quién representaban el joven abogado George Washington, el primer Ho Chi Min, que andaba descalzo; el Mao de los primeros kilómetros de la Larga Marcha o Fidel a bordo del Granma?

¿En qué concepto de clase social mal aprendido ancla esa descalificación de la Revolución de Mayo? Mal puede hablarse en esos términos de una ciudad que en 1810 tenía menos de 40 mil habitantes. Si entonces no había ni siquiera un país, y apenas una aldea, ¿cómo hablar de “clases” en el sentido contemporáneo del término? En ese momento sólo había intereses que con el tiempo serían ejes de la articulación de clases, pero no entonces. España al margen, esos intereses diferentes eran internos a la revolución. Ya estaba claro que Saavedra (terrateniente, encomendero, dueño de minas de plata en Potosí) no representaba los mismos ideales que Moreno, Belgrano o Castelli, intelectuales revolucionarios. Y sin embargo los cuatro integraron la Primera Junta, al lado de comerciantes nada revolucionarios como Matheu y Larrea, y al Deán Funes, que se habrá santiguado una docena de veces al leer el Plan de Operaciones. Como también estaba claro que no caminarían por la misma vereda política Rivadavia, antecesor de Mitre, y Dorrego, predecesor de Rosas, a quien San Martín le dejara su sable al marcharse al exilio. Unos hicieron una revolución; los otros una chirinada. El error de Feinmann es confundirlos y mezclarlos.

Si las revoluciones latinoamericanas del siglo XIX (americanistas, antiliberales, integradoras, inclusivas) se diluyeron en el tiempo, eso no le quita ni un ápice de gloria a quienes las iniciaron. Aunque la lista es muy larga, a modo de ejemplo citaremos a tres grandes protagonistas de esa época, ninguneados por la historiografía liberal, por razones fáciles de comprender, y curiosamente también por Feinmann. Me refiero al venezolano Francisco de Miranda, padre político de Simón Bolívar y primer articulador de la Logia Lautaro y al inteligente Tomás Guido, sucesivamente secretario de Moreno (a quien acompañó en el viaje a Londres, cuando este fue envenenado), de San Martín en toda la campaña libertadora, y de Rosas, con quien colaboró estrechamente. El tercer hombre es el extraordinario Bernardo de Monteagudo, redactor de las conclusiones de la asamblea del Año 13 y de las actas de la Declaración de la Independencia en 1816; quien fuera primera espada política de San Martín, y, después de Guayaquil, miembro del estado mayor de Bolívar hasta el día en que cayó asesinado por reaccionarios en Lima, por las mismas razones que los saavedristas porteños eliminaron a Moreno.

La paradoja sobre la que JPF debería reflexionar es que mientras el contrarrevolucionario Bernardino Rivadavia le dio su nombre a la principal avenida de Buenos Aires, el de Bernardo de Monteagudo, un revolucionario cabal, apenas sobrevive en una calle perdida de Parque de los Patricios. Y esa sí que es una cuestión de clase.

 
 

Entrevista a Felipe Pigna y Norberto Galasso: El deber de rescribir la historia

http://www.revista2010.com.ar/entrevistas/Entrevista-a-Felipe-Pigna-y-Norberto-Galasso–El-deber-de-rescribir-la-historia.php

Entrevista a Felipe Pigna y Norberto Galasso: El deber de rescribir la historia

Entrevistar a estos dos grandes intelectuales es un desafío. No por el acceso. Lejos están tanto Felipe Pigna como Norberto Galasso de refugiarse en la elitista esfera que a caracterizado el pensamiento académico de intelectuales disociado de la historia y el presente de su pueblo.

El deber de rescribir la historia

Por Juan Manuel Fonrouge

Si hay algo que buscan desde su profesión, y su militancia intelectual, es acercarles sus investigaciones y conclusiones a las mayorías populares.

Es un desafío por que como nunca antes, se nos planteo un temario casi ilimitado sobre los posibles debates a abordar con estos dos historiadores.

Pensar junto a ellos estos temas, es verdaderamente influyente. No solo profesionalmente, sino desde lo humano. La honestidad intelectual pesa demasiado, contagia, se trasmite en cada palabra, en cada actitud.

El porqué de que estas características, otrora propias de gran parte de la clase política, hoy se restringen al terreno de la intelectualidad y la cultura, mientras que en la clase política actual sea inversamente proporcional, es una falencia que sigue rigiendo nuestro presente y condiciona nuestro futuro.

El deseo es que estos historiadores, como tantos otros intelectuales, cineastas, filósofos, científicos, muchos de ellos que frecuentan las páginas de esta revista, cumplieran su rol social, que no es necesariamente involucrarse de lleno en la arena política, pero si que su influencia, que el conocimiento que producen, llegue a las clase política tanto como llegan a gran parte de la sociedad.

Sin dudas para la clase dirigente sigue primando el medio pelo que se lamenta por la pobre patria, la de la entelequia oligárquica del manual, de la historia de fechas y batallas, sin procesos, sin contexto y en definitiva, sin historia. Porque en su narrativa no hay pueblos.

Cabe aclarar al lector que el cuestionario fue el mismo para ambos, pero en el caso de Galasso, por recomendación médica, debió responderlas por escrito, lo le posibilito al profesor una respuesta más minuciosa y documentada de los temas. En cambio, con Felipe Pigna tuvimos la posibilidad de entrevistarlo en persona, de ahí las diferencias de estilo y lenguaje. Sin dudas, lo ideal hubiese sido tener a los dos grandes historiadores en una misma mesa, pero no pudo darse.

Nuestra intención, lejos de buscar contrastar las visiones de ambos sobre un mismo tema, buscamos que los dos intelectuales aporten al debate de los temas seleccionados, cada uno con su visión, asumiendo que hay “varias historias”, pero sabiendo que hay algo que los une por sobre todas las cosas y que motivo esta nota, que son dos exponentes, desde la historia, del intelectual orgánico, comprometido desde el estudio del pasado, en los procesos políticos y sociales del presente, siendo sus reflexiones de gran importancia, lo que nos permite, lejos de hacer futurología, anticiparnos a los hechos, encontrar líneas de acción comunes, para poder ser dueños de nuestra historia y construir nuestro futuro, atado desde hace 200 años al conflicto irresuelto de liberación o dependencia.

La Revolución inconclusa

¿Concibe los hechos de Mayo de 1810 como una revolución?
¿Por qué la declaración de la independencia se produce 6 años más tarde?

Norberto Galasso: Los sucesos de Mayo de 1810 son una revolución en tanto el poder pasa del virrey, representante del absolutismo, a una Junta que expresa al pueblo. Es una revolución democrática, a semejanza en lo fundamental, a la Revolución Francesa. No es separatista, ni antiespañola en 1810. La interpretación más correcta, la da Juan B. Alberdi en “Grandes y pequeños hombres del Plata”: “La revolución argentina es un detalle de la revolución de América, como ésta es un detalle de la de España, como ésta es un detalle de la revolución francesa y europea […] La revolución de América no era más que una faz de la revolución de España, como lo era ésta de la revolución francesa, como ésta misma lo era de la transformación porque pasa la Europa desde tres siglos”.

Mitre inventó una revolución de Mayo antiespañola, separatista, por el comercio libre (implícitamente pro británica) para legitimar su política de 1862. Hoy, inclusive los profesores de la línea de Halperín Donghi –como Luis A. Romero y José Carlos Chiaramonte- admiten que no comparten la versión de la Historia mitrista sobre Mayo. Chiaramonte sostiene que ya nadie da validez a la fábula de “la máscara de Fernando VII”, con la cual se intenta justificar el voto de la Primera Junta del 26 de mayo de obediencia a Fernando VII; sin embargo, el Departamento de Historia del Colegio Nacional Buenos Aires persiste en aceptarla. L. A. Romero, por su parte, afirma que Mitre “inventó” esa historia pero que debe procederse con cuidado porque es un “factor de cohesión de la nacionalidad” (Diario Clarín, 24/5/2002). Considero, por el contrario, que es un factor de colonialismo mental, legitimador de la influencia inglesa a partir de 1862.

La verdad histórica es la de Alberdi. La revolución popular española, del 2 de mayo 1808, donde constituye Juntas en nombre de Fernando VII, declara provincias a las colonias (22/1/1809) y convoca a que en América procedan de igual modo, democratizándose. (Por eso, entre 1809 y 1811,se producen los alzamientos en Hispanoamérica, en casi todos los casos, a nombre de Fernando VII). Por esta razón, hay españoles en la Junta y en el 2º Triunvirato. Por eso French y Beruti reparten estampas con la cara de Fernando VII (“Diario de un Testigo”) y por eso flamea la bandera española en el Fuerte hasta 1814.

Cuando la revolución democrática española es derrotada en 1814 y se vuelve al absolutismo, anulando la Constitución democrática de 1812, reponiendo la Inquisición, etc., se hace necesaria la ruptura (Carta de Posadas a San Martín, del 18/7/1814). La independencia, para no recaer bajo el absolutismo, resulta entonces urgente pues ahora España mandará dos flotas para recuperar “sus” colonias.

La revolución española de 1808 fue nacional (contra el invasor napoleónico) y se hizo democrática en la lucha, al constituir Juntas Populares que confiaron en que FernandoVII era progresista (estaba enfrentado con su padre, Carlos IV). La revoluciones americanas fueron inicialmente democráticas (antiabsolutistas) como prolongación de aquella y se hicieron luego nacionales, es decir, independentistas, cuando fracasa la revolución democrática en España. Por esta razón, hay seis años de diferencia entre los sucesos de mayo y el 9 de julio de 1816 en Tucumán, donde se declara la Independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica.

Felipe Pigna:
Claramente fue una revolución al comienzo, un proceso revolucionario que va a durar bastante tiempo, que tuvo marchas y contramarchas. Las demoras de la declaración de la Independencia tienen que ver con las presiones británicas, por su condición de aliado de España, de hecho desde el primer día de la Revolución, Inglaterra presiona para que siga diciendo que ésto es en nombre de Fernando VII, y que no se adopte una actitud independentista que la pondría a Inglaterra en una situación incómoda por ser aliada de España en la guerra contra Napoleón. En ese momento, era la potencia que estaba acompañando a la resistencia Española contra Napoleón, de manera tal que no podía aparecer apoyando a movimientos independentistas. Todos sospechaban que los ingleses acompañaban clandestinamente esto pero no podía haber un documento inglés apoyando la independencia de Manuel Belgrano. De hecho, el reconocimiento va a llegar recién en 1825.

Clase obrera: anarquismo y peronismo

¿Cuál fue el rol del anarquismo y del peronismo, de la clase trabajadora organizada, en nuestra historia? ¿Cuál ha sido su legado para el presente?

FP: El anarquismo fue la primera de las identidades del movimiento obrero argentino. Tienen que ver con una postura muy dura frente a lo que vivía la masa inmigratoria. En su mayoría, la base del anarquismo es el inmigrante decepcionado por las promesas incumplidas por el Estado argentino; vivían en condiciones miserables, en conventillos, trabajaban sin ningún tipo de legislación. La idea de un ataque al Estado, frontal, parecía un programa interesante para aquella gente que estaba tan decepcionada por todo aquello que le habían prometido y no habían cumplido. Finalmente, el anarquismo tiene un alto nivel de popularidad entre los sectores obreros hasta la década del XX, hasta la Semana Trágica, por lo menos, y después en algunos episodios aislados como el de la Patagonia.

El rol del peronismo tiene que ver con los cambios estructurales que se dan en la Argentina, a partir de los años ’30, con la irrupción de un nuevo movimiento obrero con distintas lealtades, que no tiene tanta conexión con el pasado izquierdista, sino en la conformación más vinculada a las tradiciones agrarias producto de las migraciones internas. Ahí aparece un sector militar con sensibilidad social y cierta preocupación. Sensibilidad social porque han vivido en el interior de los cuarteles y han visto la miseria Argentina de la Década Infame. Hay toda una producción de literatura médica al respecto, del desastre social de la Argentina de los años 30.

A la vez, una preocupación por el posible flujo comunista en Argentina. Hay una idea de emergencia de la acción social, y el que mejor entiende ésto es Perón. Es difícil definirlo: tiene algunas ideas de la derecha, del fascismo, de la doctrina social de la Iglesia, ideas claramente capitalistas vinculadas al New Deal de Roosevelt, es una ideología compleja. Se adapta muy bien al nuevo componente del movimiento obrero argentino y desplaza a la izquierda que hasta ese momento era monopólica en la conducción obrera en nuestro país, aclarando que hubo de parte de aquel gobierno que integraba Perón, represión hacia ese movimiento de obreros de izquierda. Es importante agregar que también hubo de parte de la izquierda una enorme torpeza en cómo manejó su política: se alió con la Sociedad Rural, con la Unión Industrial, con la embajada norteamericana, todo lo que fue la Unión Democrática, lo cual le hizo perder la batalla en ese momento.

NG:
El rol del anarquismo en la Argentina fue expresar los reclamos de los trabajadores, principalmente inmigrantes, artesanales (pintores, yeseros, cloaquistas, plomeros, ebanistas, ‘maestros’ panaderos’, ‘maitres’ gastronómicos, zapateros, en su mayor parte, dueños de sus nstrumentos de trabajo). Los anarquistas constituyen el embrión de las luchas sociales con mayor energía y combatividad que los socialistas en los conflictos desde los años ‘80, siendo duramente reprimidos. Decaen hacia los años ‘20 y desaparece su influencia cuando se produce el desarrollo industrial sustitutivo de importaciones a partir de 1935. Heroicos, éticos, generosos, no entendieron sin embargo, que en la Argentina y América Latina había una cuestión nacional pendiente y así fueron mitristas en historia, liberales en economía, antiestatistas, antinacionales en tanto internacionalistas, jugando al todo o nada, a la acción directa de la bomba, embistiendo contra la patria, la Iglesia y el Ejército como enemigos principales. Aquí debieron relativizar esos planteos que traían de España, Italia o el viejo imperio de los zares, y advertir la importancia de la dependencia y por ende, de los movimientos nacionales. De ahí su frustración en un país donde el irigoyenismo y el peronismo constituyeron movimientos populares de gran protagonismo popular, que no fueron comprendidos por los anarquistas.

De la historia del anarquismo rescato sus posiciones antiburocráticas, su espíritu de lucha, su coraje militante, su conducta ética. Lo rescatable del peronismo es la reivindicación de la justicia social y especialmente la incorporación de los trabajadores a un frente nacional, como columna fundamental de la lucha antiimperialista. También cabe señalar que mientras el peronismo, en su experiencia de lucha contra la clase dominante y los intereses externos, fue creando un contradiscurso respecto a las ideas dominantes (a través de Jauretche, Scalabrini Ortiz, Hernández Arregui y otros), el anarquismo- al igual que el Partido Socialista- sólo lo hizo en los rasgos generales de la crítica al capitalismo, pero no en cuanto cuestionamiento de la historia, la economía, la política y la cultura dominantes, tarea que inicia FORJA, en 1935, cuando el anarquismo agoniza.

El peronismo expresa los anhelos de la clase trabajadora industrial, es decir, los obreros, a partir de la llegada del coronel Perón al Departamento Nacional del Trabajo, en 1943. Esos trabajadores industriales se constituyen en columna fundamental del frente policlasista surgido el 17 de octubre de 1945 y esa adhesión a las tres banderas del peronismo perdura en los trabajadores durante el gobierno de Perón, durante los dieciocho años de proscripción, y aún hoy queda como poderoso sentimiento de la tradición del protagonismo popular


Organización política y liberación

¿Cuáles son los motivos por el cual no existe actualmente una fuerza transformadora?

FP:
Suelen ser muchos. Primero: las distintas condiciones de producción y las distintas conformaciones del movimiento obrero. Es imposible pasar por alto la destrucción del aparato productivo que implicó la continuidad dictadura-menemismo. Fueron dos mazazos a las redes sociales y con el movimiento sindical. Que en Argentina uno de los sectores dinámicos sea el movimiento de desocupados, evidentemente es todo un símbolo. Se quebró a partir del terror, primero físico y luego económico, a importantes sectores del movimiento obrero y se desarticuló el aparato productivo. Y, por supuesto, el descrédito de la política que se observa en proporciones políticas desde 1983 hasta acá. Tiene que ver con la idea de delegar, delego y no participo. La delegación hace que los políticos se crean omnipotentes. Confundir la política que es un medio como fin. Lo que uno observa en la política actual, tanto de la oposición como en el Gobierno, la concepción de la política como fin. Uno ve una clase política soberbia, ignorante, de muy bajo nivel político que tiene poco que aportar. Uno la escucha a Elisa Carrió con su discurso mesiánico y ve que intelectualmente esta claramente por debajo de la media de la sociedad. Nuestra clase dirigente tuvo casi treinta años para formarse. ¿Por qué nuestra clase dirigente es prácticamente la misma que en el 83? Evidentemente la gente se desencanta y se aleja.

NG: Más allá de las profundas transformaciones científicas y tecnologías de las últimas década, de la caída del Muro y de las concesiones y contradicciones en que hayan incurrido en su lucha, la clase trabajadora –en alianza con los movimientos sociales y los sectores más populares de la clase media- constituye la fuerza capaz de llevar adelante las transformaciones necesarias en la Argentina. Existe una grave crisis en la dirigencia política y que los partidos existentes no son suficientemente representativos.

Nación o factoría

¿Cuál fue el “momento fundacional” que llevó a la Argentina a instaurar el liberalismo económico?

NG: Rivadavia, acompañado por M. J. García, entre 1821 y 1827, fue el precursor de la política liberal en lo económico (libre importación, endeudamiento externo, finanzas en manos de accionistas extranjeros, sociedades mixtas con capital extranjero en la explotación de los recursos naturales). Con Mitre, llega el momento fundacional: transportes ferroviarios en poder de empresas inglesas trazados en abanico hacia el puerto de Bs. As., evidenciando así su carácter semicolonial; comercio exterior volcado hacia el Atlántico dando la espalda al anterior comercio hispanoamericano; transporte marítimo en barcos ingleses; endeudamiento externo; instalación de bancos ingleses en Buenos Aires.

Después, el modelo agroexportador y semicolonial -“la granja” de la “fábrica” inglesa-, se fue completando con las cías. de seguros extranjeras, los frigoríficos anglo- yanquis y las compañías de servicios públicos extranjeras, conformando así un país productor de carnes y cereales baratos e importador de artículos manufacturados, sin industrias, sin minería, sin pesquería, sin aprovechamiento hidroeléctrico, con creciente endeudamiento externo y fuertes diferencias entre las clases sociales. En la cúspide, una oligarquía colonizada mentalmente dilapidó la extraordinaria riqueza proveniente de la renta agraria diferencial en viajes a Europa y construcciones faraónicas, con mentalidad parasitaria y rentística, que ni siquiera puede considérasele burguesa pues no reinvirtió en la reproducción ampliada, cuando debió hacer echado las bases de la industria y especialmente, de la pesada, intentando el desarrollo de un capitalismo autónomo.


FP:
Lo que ocurre antes de la caída del muro de Berlín es el Consenso de Washington que fija las condiciones para que los países latinoamericanos negocien sus deudas, exactamente igual para todos; privatización de los servicios; política impositiva regresiva; apartamiento del Estado de sus servicios básicos para lo cual tiene sentido de que exista como educación o previsión social. Todo esto está desde principios del 89, que va a recibir un gran aliento con la caída del muro que, de alguna manera, le da a entender a los sectores liberales que triunfaron. Y lamentablemente creo que la izquierda hizo una mala lectura de la caída del muro, porque no había nada que defender, era espantoso. Lo que había que defender eran las ideas socialistas, las ideas de la primera Revolución Rusa. Lo que había era una burocracia asesina que no era para nada defendible. Lo que a uno le dolió de la caída del muro, es que desbalanceó a favor del liberalismo conservador occidental. Molestó que festejaran (Margaret) Thatcher y (Ronald) Reagan.

2010: Bicentenario en tiempo de descuento

2010, además de la conmemoración del Bicentenario, es un año clave en lo político de cara al 2011. ¿Cuáles son las hipótesis políticas de cara al futuro inmediato?

FP: Ante una oposición tan ineficiente y escandalosamente de tan bajo nivel político, la iniciativa sigue estando en manos del Gobierno. La mayor responsabilidad la tiene el Gobierno. Si el Gobierno encara de una vez por todas lo que dice encarnar, un modelo progresista productivo, o sigue en una eterna dilación de la distribución del ingreso; concretar lo que dice que hace o volvemos a los ‘90. Espero que el Gobierno se dé por enterado. Después de tanta cuestión de permanente réplica hay que empezar a construir políticas, sino el menú lo sigue marcando el enemigo. En este sentido hay un error grave. La reforma política en vez del seguro a la niñez me parece un error gravísimo. Hay una política de subsidios a los servicios, al transporte que no existía en otro momento. En la matriz macro estando Redrado (Presidente del Banco Central) en un puesto clave de la economía argentina, quiere decir que hay resabios de aquello, del modelo de los `90. El año que viene el concepto básico tiene que ser el contrario al de 1910, que fue la exclusión. El concepto del Bicentenario tiene que ser la inclusión. La inclusión social es lo que permite darle realidad a la democracia. Hay que darla a la democracia un contenido social, sino claramente es un concepto burgués. Por lo tanto, la inclusión social es lo único que garantiza que una persona tenga verdaderamente los derechos que la Constitución le asigna. Sabemos que hay millones de argentinos que tiene solo el derecho a subsistir. Esa es la prioridad número uno. Contrariamente a lo que primo en el primer centenario, que fue una fiesta de los patrones, con 4000 trabajadores presos, con la Ley de Residencia, periódicos obreros prohibidos…

NG: Como viene ocurriendo a lo largo de la mayor parte de nuestra historia se enfrentarán en el 2011 aquellos sectores sociales que desean una restauración conservadora (grandes propietarios rurales, grandes medios de comunicación, sectores financieros, multinacionales, intereses externos, gran parte de los sectores medios, etc.) contra los que promuevan un proyecto nacional y popular, de crecimiento económico, protagonismo popular, redistribución del ingreso y autonomía frente a las potencias extranjeras. Resulta aventurado sostener hipótesis –generalmente impregnadas de expresiones de deseos- pero sí lo que puede avizorarse es que asistimos en América Latina a un proceso de liberación y unificación que, con diversa profundidad, recorre la mayor parte de nuestros países, que irá tomando cada vez mayor concreción en el camino de la reunificación de la Patria Grande que sostuvieron San Martín, Bolívar y Martí en el siglo XIX, balcanizada por la acción imperialista y la complicidad de las oligarquías portuarias.

La Historia viva

¿Considera la historia como una fuente para la búsqueda de la identidad de los pueblos? ¿Qué importancia tiene la historia en los procesos políticos y sociales?

FP:
Desde documentales, diarios, vincular el pasado con el presente, dar lugar al otro en la historia; no dar la cosa masticada. El docente en historia se siente realizado cuando la idea la completa el alumno. La voluntad docente sana es que el alumno piense, que construya capacidad de análisis. En la facultad recibimos chicos semianalfabetos, culpa de un sistema educativo absolutamente destrozado. Hay laburar eso en cosas que le van a ser muy útiles al chico estudie lo que estudie. La comprensión de un texto, por ejemplo, la elaboración de un trabajo propio, de poder escribir, de poder expresar sus ideas por escrito. Es muy desesperante ver cómo el sistema ha operado tan sabiamente quitándole lenguaje a los chicos, particularmente los sectores populares. Entonces, por supuesto que no pueden producir conceptos, ideas que es lo que se busca. De ninguna manera como hace la tilinguería intelectual enojarse, son víctimas. Uno ve a intelectuales argentinos supuestamente progresistas burlarse de la incapacidad de sus alumnos en vez de ocuparse. A mí me indigna mucho esta cuestión imbécil que aparece en los medios de los alumnos de La Plata dieron mal un examen, se burlan de los contenidos. No me sumo porque es de muy mala leche.

Evidentemente te das cuenta del granito de arena que aporta uno frente a una montaña de arena que es el sistema, los medios, la construcción del sentido común, del revanchismo, de la justicia por mano propia, de qué le pasaría a usted si le violan a su hija. Volvemos a la etapa prejudicial; una construcción mediática que te invita a ignorar la Constitución y a volver a la etapa previa al Estado. La lucha contra eso es muy desigual. Por eso el intelectual tiene la obligación de ocupar los medios y usarlo en ese sentido. La otra, es la ridícula postura de los académicos “serios” que detestan los medios. En mi caso, prefiero escuchar todas las pelotudeces que dicen de mí, pero sé que es importante estar en los medios dando otra vos al coro que repite permanentemente lo mismo.

NG: La historia es la política pasada, y la política la historia presente, machacaba Jauretche en los sesenta. Sólo la comprensión de la historia permite entender el presente y forjar el futuro. Desde la Izquierda Nacional aprendimos entonces que “Facundo, sin Marx, es incomprensible, pero Marx, sin Facundo, no da soluciones”. “No mirar hacia atrás” sostiene la derecha, pero los empresarios piden antecedentes cuando van a tomar personal, porque ese pasado les enseñará si el posible empleado sirve o no para su empresa.

Hay que partir de que no hay “una historia”, sino “varias interpretaciones” del pasado, que hay corrientes historiográficas antagónicas que responden a ideologías y proyectos políticos antagónicos, porque no hay historia neutra. La que pasa por neutra es la Historia Oficial, mitrista, tan tendenciosa como las demás, como lo ha reconocido últimamente el profesor Halperín Donghi, pues después de muchos años de hablar de rigor científico, ahora admite “que todos somos tendenciosos”. Esto es indiscutible porque si en la heurística se puede exigir la mayor rigurosidad científica, en la hermenéutica juega la ideología, es decir, desde donde se valoran o interpretan los hechos, con qué perspectiva, desde qué posición filosófica y política.

La historia desde la perspectiva del protagonismo popular, federal-provinciana (porque no es rosista), latinoamericana (porque América Latina es la nación), socialista (porque se basa no en los grandes hombres, sino en el enfrentamiento entre las clases sociales), la estamos haciendo entre muchos. Está en construcción.

Galasso recomienda libros

§ “Revolución y contrarrevolución en la Argentina”, de Jorge A. Ramos

§ “Formación de la conciencia nacional”, de Juan José Hernández Arregui.

§ “José Hernández y la guerra del Paraguay”, de Enrique Rivera.

§ “Historia económica, política y social de la Argentina”, de Mario Rapoport.

§ “Historia elemental de los argentinos”, de Rubén Bortnik

§ “Manual de zonceras argentinas”, de Arturo Jauretche.

§ “El medio pelo en la sociedad argentina”, de A. Jauretche.

§ “Crónica histórica Argentina”, de A. J. Pérez Amuchastegui.

Mirar para atrás

¿Qué le provoca cada vez que alguien de la derecha dice que “hay que dejar de mirar al pasado”?

NG: Claro que no conviene “mirar hacia atrás” cuando se ha inventado una historia beatífica que no bien recibe la crítica, muestra un rostro horroroso. Por ejemplo, la Sociedad Rural se preocupa ahora por la pobreza, pero no quiere mirar su propio pasado, cuando atacaban el Estatuto del Peón en 1944 o cuando “La Prensa” decía que no había que aumentar jornales porque los peones no sabían administrar el dinero. Asimismo, los que se llenan la boca defendiendo la democracia provienen, en general, de partidos que han sido cómplices de la proscripción de las mayorías populares durante casi dos décadas y aún reverencian a sus “próceres” que aceptaron en silencio bombardeos como el del 16 de junio, y fusilamientos como en el ‘56. Los radicales, por ejemplo, abominan inclusive hasta de su propia historia buena, como lo fue la resistencia radical entre 1930 y 1934 contra la usurpación del poder por uriburistas y justistas. Ni qué decir de su historia mala, cuando ofrecieron intendentes a la dictadura genocida en la década del ‘70. Por eso, no quieren mirar hacia atrás.

En cambio, el conocimiento de la verdadera historia permite consolidar el pensamiento político en el presente, para avanzar hacia el futuro.

El Peronismo y su rol histórico

NG: El peronismo nació como un frente policlasista, integrado por la clase trabajadora, sectores del empresariado mercadointernista (una burguesía nacional no muy conciente de su rol histórico), clase media popular e inclusive sectores del ejército y la Iglesia Católica. Entre 1945 y 1955 desarrolló un proyecto de Liberación nacional sintetizado en tres banderas: justicia social, independencia económica y soberanía política, dentro del marco de las relaciones capitalistas pero con fuerte perfil obrerista, que Perón llamó “la comunidad organizada”. Estos procesos de Liberación Nacional a veces declinan (MNR en Bolivia), a veces tienden a proyectos de capitalismo autónomo, y a veces, se profundizan camino al socialismo (Cuba). En el caso del peronismo, a partir de la muerte de Perón- líder contenedor y aglutinador de los diversos sectores integrantes del movimiento-, se agudizaron los antagonismos internos, mostrando sucesivamente rostros diversos en su dirigencia (socialdemócrata, liberal, nacionalista, nacional-democrático, de socialismo nacional). Hoy, mientras el Partido Justicialista es una cáscara vacía y aparecen “peronismos disidentes”, con fuerte perfil derechista, sin embargo, fue tal el impacto del período 1945/55 sobre los trabajadores, tan importante su experiencia de avance, que quedó en ellos fuertemente inserta su adhesión al peronismo, sus hombres, sus ritos, su historia. Por eso más allá de graves limitaciones, continúa siendo núcleo central de un proyecto nacional transformador, en tanto no existe ninguna otra fuerza política, a su izquierda, con base obrera.